Una de las experiencias más complejas de los seres humanos es el de formar pareja. Decididamente, hay toda una etapa en la que uno desea ser lo que el otro quiere y poder complacerlo en todas sus necesidades. Sin embargo, este deseo profundamente humano choca con una realidad: es imposible lograrlo.
El tiempo y la salud mental van mostrando que uno no puede transformarse en el sueño del otro, alienando el propio sueño, si es que lo hubiese. Sin embargo, existen muchas parejas que no pueden salir de este espejismo y esta ilusión infantil, quedándose atoradas en esta forma de relacionarse, buscando que el otro sea lo que uno desea para complacer: sus propios deseos, y que no siempre son los más saludables.
En estas parejas existen las “otras partes”, que son las que creen en este juego y van cediendo hasta lograr ver que no son nada y no llenan nada con el terrible descubrimiento que todo fue un espejismo.
Evidentemente, las parejas pueden -si evolucionan de esta primera posición y creencia infantil- transitar por un respeto y un amor que promueva el desarrollo de ambos y el acto libre de ir regulando aspectos omnipotentes de los dos para lograr el crecimiento como pareja. Esto puede implicar renuncias y modificaciones, que en vez de restar a la vida de la persona, la ayudan a una plenitud, aunque en el algún momento se requiera pasar por momentos dolorosos o desconocidos.