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Seguimos juntos “por nuestros hijos”

Desde tiempos pasados e incluso -aunque con menor frecuencia- en nuestros días, los padres ante el embarazo no planificado de sus jóvenes hijos los obligan a casarse. Se genera tal presión que los jovencitos se sienten forzados a contraer matrimonio para tranquilizar a papá y mamá.

Es entonces que su unión surge como un acto coaccionado que incluso puede debilitar a la pareja y apresurar un proceso que puede terminar con la relación. Un matrimonio no puede constituirse como un acto para tapar la vergüenza de los padres sino que debería ser un compromiso libre y basado en el amor.

Muchos jóvenes no se sienten listos para casarse. Están en una etapa inicial de enamoramiento. Son muy jóvenes y todavía desean seguir experimentando, conociendo, creciendo y estudiando. Estas parejas requieren tiempo para conocerse y sentir que pueden asumir un matrimonio. Es sano darse el tiempo y decidir de manera madura.

Se tiene que tener en cuenta que uno de ellos puede no se sentirse lo suficientemente enamorado y forzar un matrimonio por honrar a la mujer, no es la mejor decisión porque puede traer consecuencias catastróficas. La relación no siempre mejorará sino -todo lo contrario- generará un sentimiento de odio y de resentimiento. El hogar que formarían no sería de ninguna manera un modelo para los hijos.

Muchos jóvenes no desean casarse sino pasar por la experiencia de vivir juntos para luego decidir. Esta podría ser una opción saludable.

Quizás lo más importante que pueden hacer los padres es apoyar a sus hijos para que éstos sientan que puede contar con ellos. Más allá de la formalidad está la situación humana. Hijos que son capaces de dialogar con sus progenitores se sentirán apoyados y tomarán la decisión más responsable.

Sin embargo, en muchísimos casos, el matrimonio se da por la determinación de los padres, para castigar la irresponsabilidad de la joven pareja.

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